La ecología no puede estar en la acera de enfrente del progreso sino sustentándolo para que éste se desarrolle con sentido medioambientalista.
Las organizaciones que se rasgan las vestiduras llevando adelante campañas, algunas veces necesarias pero muchas otras, ideológicamente equivocadas, no representan como creen o, esgrimen audazmente, el sentir de todo el resto de la población, a la que suelen –para justificarse- acusar de insensibilidad.
La prensa suele ser sensacionalista y el sensacionalismo es partidario. ¡Lamentable!, sólo se ve una cara de la moneda pero hay realidades que no dejan de hacerme fruncir el ceño.
Y sin que nadie me de respuestas sigo haciéndome preguntas:
• Una: ¿Los ecologistas ‘de vanguardia’ no trabajan, como lo hace el resto de los mortales? ¡Porque lleva cojones estar al pie del cañón todos y cada uno de los días del año!, si hasta parecen dirigentes gremialistas eximidos de cumplir funciones en sus trabajos habituales.• Y dos: Si me hago ecologista, y redundo, ‘de vanguardia’, porque debe saberse que en la ecología también hay diferente status a los que se llega no por estudios sino por no cuestionar doctrinas, ¿podré viajar por el mundo a expensas de los aportes de socios y benefactores?
Personalmente, y a pesar de considerar que me encuentro en una aceptable condición económica, me es imposible en un año y mucho más aún en pocos meses, estar levantando pancartas en Dinamarca, Irlanda del Norte, Uruguay, México, Canadá, Estados Unidos, España, Chile, Alemania, ríos, montañas, fiordos, o también…. ¡dejémoslo allí!
Creo que me dolerían las tripas si aceptara el donativo ofrecido por la misma multinacional que estoy acusando ¡vaya a saberse por qué mecanismo de dadivoso accionar terminaría aceptándolo! Después de todo eso de ‘a Dios rogando y con el mazo dando’ no deja de estar de actualidad.
Por otra parte viajar es muy contaminante, altamente contraditorio con la ecología salvo que nos desplacemos a pie, a remo o vela, pero generalmente las campañas internacionales se realizan bajando de los aviones, buses o automóviles. Por eso ‘de dinero y santidad, la mitad, de la mitad’.
Creo en la necesidad de tener conciencia ecológica y aplaudo las campañas que se sostienen sobre intereses nítidos y también aplaudo al ecologista que acertadamente o no, cree firmemente en la utilidad de su acción, pero no son todos; en este campo cacarean muchos, pero al separar la cáscara del grano se pierde mucha balumba.
Siempre me he preguntado si se puede detener el progreso que representa bienestar para millones, por un futuro incierto. ¿Quién tiene la certeza de que algo es bueno o malo?, además del Ser Supremo, por supuesto.
No precisamente alguien que pintó desparramando esmalte y contaminando papeles una pancarta sobre cuyo lema debe preguntar el significado, y que repite consignas que más se asemejan a un sutil adiestramiento de masas que a un análisis en profundidad de prós, contras, posibilidades y opciones reales y aplicables.
No basta decir ‘no me gusta’ porque a mi tampoco me gustan algunas cosas, como el poste que sobre un majestuoso cerro contamina el paisaje, pero muchos son los que cuentan con luz en sus hogares gracias a ese poste; no me gustan los lugares donde se utiliza radioactividad pero la radiación cura enfermedades y no sería lógico prohibir su utilización o la del yodo radioactivo y así podría seguir con los sí sobre los no.
Dicen que en nombre de la religión (cualquiera de ellas) se han cometido muchas barbaridades; sería lamentable que en el futuro se repita esta acepción también en nombre de la ecología.
¿Podemos impulsar el odio entre dos países hermanos por un ‘ecológico localismo’ que no resultó más que una fantochada con probados intereses turísticos? Esto sucedió en Uruguay con los autoproclamados ambientalistas entrerrianos.
Sin oir una voz de los abigarrados defensores de la ecología, ni en Uruguay ni en Argentina, ni en España donde el suceso parece ser información tabú, la empresa española productora de celulosa Ence, que ya mostró su ‘valentía’ cuando los ecologistas argentinos amparados por la ingerencia de su presidente ante el de España, lograron que saliera con el rabo entre las piernas, con bravuconadas que sin embargo, no amedrentaron a la paplera finlandesa Botnia, y que sólo cuando pudo comprobar el éxito de ésta, regresó para con el torpe beneplácito del gobierno uruguayo instalarse donde, con total desfachatez e intromisión, se lo señaló el de Argentina.
No hablaremos de la condicionada bendición medioambientalista que podría implicar este silencio, pero sí del desastre ecológico chucutamente callado, vale aclarar que no por todos los grupos ecologistas porque ya he dicho que los hay, con valederos y legítimos intereses por el medioambiente.
La empresa en cuestión taló 80 hectáreas de monte nativo de algarrobos, monte protegido; en su descargo argumentó que por un error en la interpretación de los planos había realizado intervenciones de limpieza en una zona que no le pertenecía, donde crecía, adyacente a sus plantaciones de eucaliptus, el monte en cuestión.
Una de dos: o la empresa no tiene buenos ingenieros, o quizás confundieron a nuestro país con los que aceptaron mucho hacia atrás y más al norte, los espejitos y cuentas de colores.
El gobierno uruguayo ordenó la suspensión temporal de todos los trámites que Ence está gestionando ante la Dirección Forestal para la construcción de su pastera, pero en los hechos, el monte nativo ya ha sido diesmado y no he visto la foto de ningún medioambientalista encadenado a uno de sus árboles ni de una reina semidesnuda paseando carteles.
Tampoco he leído fuera de la prensa uruguaya, ni he visto que los medios ecologistas den cobertura al desagüisado. Pero con seguridad lo harían sin demora si Botnia lanzara una bocanada más de humo que lo habitual, o si el Ministro de Ganadería y Agricultura de Uruguay obligara a los españoles a reforestar la zona talada con ingentes algarrobos y regar ‘con amor’ esas plantaciones hasta que los arbolitos crezcan y den sombra.
Y en esto de la defensa del medioambiente ¿Cómo andamos por la provincia de Almería?
Porque aquí sí que se chilla en nombre de la ecología, pero a la pobrecita se la viste con tanto lastre, que los reclamos ya no engañan más que a los encandilados de siempre.
¿Se puede jugar con el porvenir de pueblos que tendían a desaparecer, por una mal utilizada prepotencia de mando político? Esto sucede en España, con pueblos costeros y serranos de la provincia de Almería y precisamente con aquellos lugares donde el gobierno local no coincide ideológicamente, con el nacional.
La perorata ecológica mal entendida me indigesta, pero cuando se politiliza ya me resulta repugnante.
Almería fue hasta mediados de la última mitad de siglo pasado, una tierra paupérrima a la que las demás provincias menospreciaban llamándola despectivamente, tierra de lagañas y esparto.
Campos secos, sin agua; arena y roca que se transformó en un oasis y la tierra ocre se vistió del blanco de los plásticos que cubren los cada día más tecnificados invernaderos.
Almería ha pasado a estar entre las primeras provincias del país con mayores ingresos per capita.
Fue tierra de emigración y hoy es tierra de inmigración; ofreció mano de obra barata y hoy la solicita.
Pero no es sólo agro. Almería tiene también uno de los paisajes más espectaculares y ambas cosas, progreso agrario y turismo provocan dentera en el resto de la Comunidad.
En Almería el Mediterráneo es más caliente que en otros puntos de Andalucía mejor promocionados turísticamente; en Almería hay una limpidez de atmósfera, 320 días de sol asegurados y un concepto de hospitalidad que podrían catapultarla al primer orden turístico, pero en la realidad y con el aplauso del ecologismo de pacotilla, Almería ha quedado relegada a cotos de tortugas moras, flamencos, matas de esparto y palmas que como la závila y otra flora del lugar son originarias del desierto mexicano, afincada por similitud en este clima tras fortuita y penosa emigración.
Una defensa del medioambiente - que no se practica tan empecinadamente en otros lugares de Andalucía y España en general - ha coartado la superación y bienestar de los almerienses.
• Pueblos a punto de convertirse en fantasmas han resurgido de la mano de los ingleses, nuevos pobladores que traen savia nueva y libras esterlinas para fortalecer la insuficiente economía de esos lugares.
En este tiempo la única diferencia fue la construcción de chalets en las laderas de la montaña (sin quitar belleza a las mismas) que han dado lugar al asentamiento de nuevos habitantes: los ingleses de la España rural de hoy, que buscan integrarse y disfrutar del clima de la provincia.
Pero estas nuevas construcciones como otras en distintos puntos de la provincia están amenazadas de ser derruídas porque, políticamente se buscó a la ecología como excusa y ecológicamente se interpuso la política como fundamento.
La economía de cientos de pueblos españoles en los que ya iban quedando muy pocos habitantes se reflotó con la llegada de los ‘guiris’, inmigrantes dentro de la misma Europa con la diferencia respecto a otros extranjeros, de que llegan atraídos por clima y beneficios médicos pero, trayendo divisas.
Hoy los diarios británicos alertan a los ingleses para que no compren propiedades en España. Y es lógico que no lo hagan cuando su buena fe se ve pisoteada por el Gobierno con acciones que ni siquiera son medidas con igual balanza para todos, sino que la respuesta depende, en buena medida, de si las autoridades del pueblo en cuestión son de la misma orientación política o de la oposición. ¡Lamentable, pobre España y pobre Almería!
• Parques naturales como el parque terrestre y marítimo de Cabo de Gata a 30 kilómetros de la capital, son una joya para el desarrollo turístico. Y hablamos de turismo responsable donde se planifique en sus 12.000 hás más la milla de franja marina cualquier tipo de avance edilicio o amplicación de infraestruturas turísticas que hoy por hoy están vedados.
El parque es disfrutable para unos pocos, porque no todos pueden desplazarse por su extensión como sucede en otros sitios también protegidos ¡y muy bien por cierto!, del planeta.
Y mientras el ecologismo pretende que se crea que se trata de la protección de algunas especies que ni siquiera son autóctonas de la región, poco se hace por salvaguardar las sí amenazadas y difíciles de recuperar, praderas de poseidonea en el Mediterráneo.
Hay lugares de gran belleza paisajísticaque la provincia no puede mostrar a los turistas porque éstos no llegan por falta de infraestructura vial adecuada, servicios en condiciones y, sobre todo, comodidad para poder visitarlos sin tener que ser expertos en trekking o mountain bike.
El turismo no es antiecológico, la falta de planificación lo es y la ecología mal interpretada es sentenciar a mucha gente, a volver a tiempos de pobreza y soledad.
Pienso que si la ecología fuera soledad y el respeto al medioambiente fuera sinónimo de ruina económica, éstos serían nocivos para el planeta y entonces no habría reinvindicaciones.
Pero es todo lo contrario, una y otro son sinónimos de progreso, salvo que nos topemos con los verdaderos depredadores: los levanta pancartas de turno hablando en nombre de fantoches inmorales.
Desde Almería, en el sur del norte, a 21 de agosto de 2008